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Dónde está Dios cuando atacan los fenómenos naturales?

Justificar el sufrimiento y el dolor humano, responsabilizando a Dios no tiene sentido
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Al regreso de mis vacaciones, me he traído en las maletas del alma, un descanso que necesitaba y el gozo de disfrutar de la compañía de mi esposa, hijos y nietos, además de la felicidad que produce el reencuentro con la naturaleza y con el mar, que tanto necesitamos los que vivimos en el cemento de las ciudades.
Y he vuelto a deleitarme con esas noches tranquilas y serenas, que te invitan a reflexionar, sentado en una butaca de lona en la terraza, contemplando la luna y las estrellas y recibiendo una brisa que huele a universo en paz que me produce momentos de felicidad.
Aunque en realidad, consciente y apenado de que no todo el mundo puede disfrutar de esa felicidad, también he transportado en esas mismas maletas, el gran dolor que a España le ha producido la tremenda catástrofe aérea que ha sacudido a las víctimas y a sus familiares o las devastadoras inundaciones o terremotos que sufren otros países.
Y lo más terrible de esta historia, es la frialdad con la que recibimos estas trágicas noticias sobre grandes desgracias, cuando nos encontramos cómodamente sentados en el sillón de nuestra casa frente al televisor, escuchando esa voz interior “cómoda, irresponsable y por supuesto carente de amor” que te tranquiliza diciéndote, lo poco que puedes hacer tu, sino sea el rezar por ellas.
Pero uno, se tambalea, se resquebraja cuando escucha que hombres, mujeres y niños que viven en una parte de nuestro mundo, lo han perdido todo y sufren soledad, desesperación, frío y hambre. Y se le llena el corazón de pena, contemplando la visión de los hospitales totalmente inundados por personas enfermas y destrozadas por el terremoto, sin camas, sin apenas medicinas y atendidas por médicos incapaces de poder atender a tantos como les necesitan.
Y le es prácticamente imposible entender, el inquietante y trágico futuro que les espera a esos damnificados que habitaban en las ciudades mas afectadas, algunas de ellas con un incalculable número de muertos y heridos, que comienzan un incesante éxodo a pié, sin comida, sin agua y sin apenas ropa, huyendo de una ciudad devastada, dispuestas a realizar un viaje a ninguna parte que les llevará a un destino desconocido en el que puedan rehacer sus vidas.
Por todo ello, resulta difícil, muy difícil, el intentar consolar a esas familias que han padecido el azote del seísmo que les ha arrebatado todo cuanto tenían, desde algún familiar a enseres, recuerdos o cualquier otra propiedad, por muy pequeña que sea y que les ha dejado sumidos en la más dura de las miserias.
En estos críticos momento, sería bastante difícil hacerles entender que Dios Padre que ante todo es Amor, no envía catástrofes naturales como terremotos, huracanes, tsunamis ni otros elementos devastadores que suceden en este mundo, porque El mismo muere y sufre con nosotros cada vez que nosotros morimos o sufrimos.
Y no dejo de reconocer que Dios que es un Dios de vivo no quiere ni es responsable del sufrimiento ni el dolor humano. El sacrificio que a El le agrada, es el que brota de la lucha contra el sufrimiento, contra el mal, contra la injusticia… en definitiva un sufrimiento fruto de la solidaridad y del amor. Y sí, nos manda valores para que los sufrimientos nos lleven a la felicidad, una felicidad que no se consigue fuera, sino en nuestro interior, poniéndonos sin condiciones bajo su poder misericordioso.
Cualquier pretensión de justificar el sufrimiento y el dolor humano, responsabilizando a Dios no tiene sentido. Porque el Dios de Jesús opta por la felicidad del ser humano y por evitar o paliar los sufrimientos, según nos dejó bien demostrado a través de su vida pública.
El dolor es camino de resurrección (estoy convencido)) porque desde que Jesús murió, entendemos que todo dolor sirve para algo, que en sus manos ningún dolor se pierde.
Pero esto, sinceramente pienso yo, habría que explicárselo al pueblo que ha padecido estas catástrofes, despacio, muy despacio para que pudieran comprenderlo, máxime cuando alguno preguntara donde estaba Dios aquellos fatídicos días.
Y esto me hace recordar, la triste historia ocurrida en Auschwitz, el mayor campo hitleriano de exterminio de la historia de la humanidad, donde murieron más de cuatro millones de personas, buena parte de ellas de origen judío. Por el simple hecho de robar dos personas judías unos trozos de pan, fueron condenados a morir ahorcados delante de sus compatriotas, para que sirviera de ejemplo. El mayor de los condenados por su propio peso, murió enseguida. El segundo bastante más joven con un peso inferior no terminó de descoyuntarse y tardó más en morir. Alguien de los que presenciaban la brutal ejecución, indignado gritó ¿Dónde está Dios en este momento? Un rabino que andaba cerca, le calmó diciéndole, Dios en este instante hermano, está muriendo con él.
Ojalá entienda este Pueblo masacrado por el terremoto, que deben tener confianza en Dios y una fe, que no es un sentimiento religioso que surge del corazón, sino que nace y se apoya en una palabra y promesa que Jesús hizo a su Pueblo, para ayudarnos a superar las crisis de nuestra vida.
Finalmente no dudar, porque Dios, como dijo el rabino de Auschwitz, sufre con todos aquellos que sufren.

Por José Guillermo García Olivas

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